miércoles, 13 de febrero de 2008


Esta es una de tantas historias en el día de San Valentín:

Un aciago día 14 de febrero, en la preparatoria donde estudiaba se realizó una actividad que me enfadaba, resultaba que cada día de esos se acostumbraba hacer entrega de cartas y regalos de parte de los anónimos enamorados, obviamente hacia el objeto de sus pasiones. Los dos años anteriores fui la única persona que no recibió presente alguno, esto no me disgustaba, a pesar de las estúpidas burlas de las cuales era objeto, antes bien tal celebración me parecía uno más de los engendros bastardos del mercantilismo y la participación en tal ritual venía a denotar el grado de imbecilidad que sin duda poseía cada uno de los que se permitían fomentar aquella actividad. Sin embargo en aquella ocasión recibí una carta, por un momento no sabía que hacer, hubo un momento en que me dieron ganas de desbaratar el sobre para observar el depósito que resguardaba, a mi mente acudieron cada uno de los millardos de pensamientos que mi imaginación había hilado, pasaron como fugaces estrellas en una lluvia inigualable tanto por su resplandor como por la potencia y número de bólidos. Al final no sé bien el porqué decidí resguardarla y esperar a estar cobijado en mi más habitual guarida, mi soledad. Una vez ahí ceremonialmente rompí uno de los costados del sobre, casi quirúrgicamente extraje su contenido y un dulce olor inconfundible y peculiar inundó la atmósfera, la letra era de mujer y de inmediato advertí al pie de página la huella indeleble de unos carnosos labios impregnados de lápiz color rojo. Comencé a leerla y lo que tenía escrito era textualmente:

“No sé como decírtelo, a fin de cuentas creo que las palabras sobrarían, pero, te amo. Espero que nos podamos ver mañana en la explanada de la escuela un poco después de la hora de salida, o sea cuando ya se hayan ido todos.”

Una voraz y febril contracción apresó mis cuerdas vocales, comencé a sudar vigorosamente, mi aliento casi desaparecía, mis extremidades todas se paralizaron, en suma mi reacción fue epiléptica, casi esquizofrénica, nunca llegué a pensar situarme en tal posición. De inmediato miles de hipótesis se volcaron en mi cerebro, gasté más de dos horas recorriendo cada una de ellas, hasta que surgía un obstáculo infranqueable que la hacía palidecer. Al fin hubo una que pudo sortear toda dificultad de lógica, antecedentes y demás vicisitudes que pudo plantear mi muy sesgada razón en aquel momento. Terminé deduciendo que aquella carta había sido escrita por una chica anónima de similar condición a la mía, una que alguna vez observó mi taciturno andar y dedujo mi deplorable y misteriosa esclavitud, una que intuyó que mi personalidad no rayaba en los perfiles huecos y estúpidos que los demás poseían, una que al igual que yo vivía esperanzada por la llegada sin aviso de una persona que pudiera rescatarla del abrumador abismo de la desolación y que al mismo tiempo vivía atormentada por la demora del destino, una que no pudiendo construir mejor artilugio, decidió utilizar a las circunstancias como fiel heraldo de sus sentimientos. Desde aquel momento viví sólo para aquel instante, uno que había esperado desde hacía mucho tiempo, uno en el cual pensaba al fin la vida se reconciliaría conmigo. No importaba cuánto habíamos sufrido, entonces pensé en avocarme a curar todas las heridas en aquel noble y angelical corazón que había tenido el coraje de atreverse a salvarme del letargo desgarrador y gélido en el cual hallábase mi alma. Yo le cuidaría y le proporcionaría todo el amor que mi mortal condición pudiera otorgarle, no me importaba si su belleza espiritual no derivaba en una física me bastaba con saber que aquella mujer era una enviada celestial que no tenía otra finalidad que la de intentar ser feliz a mi lado haciéndome feliz. Al día siguiente, contrario a mi costumbre luego de terminar con la jornada académica, deambulé un poco por las zonas deportivas, con el fin de aguardar que la multitud se dispersara fuera de la escuela, me deshice de mis mounstrosos anteojos (sólo Dios sabe por qué) y una vez transcurrido cierta cantidad de tiempo me dirigí para cumplimentar mi cita a ciegas. Me senté en una de las bancas disponibles en aquel paraje, y me satisfizo el no observar a nadie alrededor, me sentía confiado de que a lo mucho sólo se encontraba una persona escondida detrás de uno de los arbustos con el corazón funcionando a una capacidad nunca antes vista por la cercanía de tan extremas y violentas sensaciones, todas engendradas en la pureza del más nítido de los sentimientos. De pronto apareció una figura, una que no distinguía bien por la oscuridad y por mi impedimento visual, alcancé a distinguir una cabellera rizada, dorada casi fulgurante que danzaba con el aire, venía a mí corriendo, casi dando cabriolas, como por reflejo imité aquella conducta dirigiéndome tan ráudo como era posible, como queriendo matar lo más pronto toda la infinidad de malos momentos que hasta ése entonces hilados uno a uno habían representado mi vida. Aquello fue peliculesco, como extracto de un cliché hollywoodense, todo lo ridículo de aquel instante no podía sino presagiar la catástrofe que se avecinaba en mi vida, cuando hube casi llegado a sólo unos pasos de lo que hasta entonces creía la depositaria de mis afectos (afectos ficticios y construidos a fuerza de guillotinar a la razón) entendí la maldita trampa en la cual había caído, ella no era ella, era él. Era la más burda de las parodias femeninas jamás representadas por un varón, tenía un rostro caballesco, con dientes inmensos como de rumiante, el rostro todo pintarrajeado de la manera más patética imaginable, el entrecejo pobladísimo y la barba juvenil mal rasurada, veíase como uno de esos payasos que en vez de hacerte reír te causaban asco o a lo mucho enfado, tenía un vestido infantil acoplado a sus dimensiones toscas y larguiruchas, sus piernas repletas de vellos y un hedor que aun no consigo expulsar de mi memoria completaban aquel conjunto horrendo que aún hoy en día acude al llamado de mis pesadillas. Aquél esperpento tomóme del cuello con una violencia innombrable al tiempo que decía desgañitadamente “Bésame, amor mío” yo luché con todas mis fuerzas mas aquel individuo superior en fortaleza a mí asestó una carga asquerosa de saliva, sudor y lápiz labial sobre mi mejilla izquierda, luego oí como música infernal de fondo las carcajadas más estruendosas que jamás ha escuchado mortal alguno, provenían de aquel nefasto grupo cuyas delicias reposaban en fomentar mis miserias. Inútil es el tratar de explicar o siquiera dimensionar la rabia que sentí, furia punzante llenó cada vaso de mi cuerpo, mis venas parecían estallar y mi rostro se convirtió en una maraña de músculos tiesos que dibujaban el más exacto rostro de la ira, sentí espasmódicas arcadas, mi boca se secó en extremo, mi mente se nubló, mi razón se enervó en niveles exponenciales e infinitos. Por un momento permanecí paralizado ante aquella broma hiriente, no porque estuviera meditando mis actos sino más bien porque el estupor había cercenado todo aquel vestigio de buen proceder en mí, alcancé a ver unas cuantas piedras y reaccioné abruptamente, cuando me agaché a tomar mi arsenal escuché aquel sonido que hacen las estampidas al emprender una voluptuosa retirada, lancé una y otra vez pero mis enemigos lograron evadir mis proyectiles encendiendo así aun más sus infernales risotadas, agotados mis recursos corrí hacia a aquel grupo que comenzaba a dispersarse en direcciones aleatorias, como buen cazador elegí a la presa que me pareció la más indefensa, era una mujer que había elegido usar zapatos altos en aquella ocasión, cuando casi le doy alcance uno de sus tacones trabóse con la raíz mal anclada de un árbol haciéndola caer estrepitósamente al césped casi muerto, giró ella lo más rápido que pudo mientras yo me ponía encima. Por un instante nuestras miradas se cruzaron, y por un instante también se esfumó increíblemente mi furia, aquella chica era la encarnación de Afrodita, sus ojos fingían a la perfección una bondad casi celestial, sus labios parecían que sólo podían proferir alabanzas y sermones perfectos de amor, me sentí un maldito intentado querer proporcionar a mi ira un remanso con un vaso de venganza procedente de golpes propinados a una indefensa y hermosa mujer; pero entonces aquellos labios de apariencia inmaculada se convirtieron en los de una arpía que atinó a decir “¿Qué me vas a hacer maricón?”. De inmediato volví a sentir aquella rabia indescriptible que habíase extraviado un segundo, aún más renovada, posé mis pulgares en el hueco de aquel terso cuello dispuesto a estrangular a aquella encarnación súcuba, cuando sentí un tremendo y poderoso golpe asestado por el zapato de uno de mis enemigos justo en la sien izquierda. Más que noqueado caí medio muerto, no recuerdo más acerca de aquél episodio, sólo que desperté tremendamente aturdido y desnudo en horas cercanas a la media noche, en mi ano estaba clavado un rollo que al sacar y desenredar reconocí de inmediato, aquella maldita carta. No ahondaré sobre el cómo pude regresar a casa.


4 comentarios:

Bruja sin Escoba dijo...

Vaya...

Que crueles pueden llegar a ser las bromas estudiantiles.

Como la mayoria de los cuentos que conozco tienen su final real.

Pero el amor verdadero llegara, mas tarde que temprano, pero llegara.

la_luminosa dijo...

todos detestan el 14 de febrero hasta que lo ven como una oprtunidad de ser blanco de la asquerosa mercadotecnia. Saludos, espero que el relato no este basado en una historia real. Gracias por el comment.

Adriana dijo...

Yo odio a la gente que se creen superiores o más valientes porque están con sus amigos sabiendo en lo más profundo de su ser que sí estuvieran solos no se atreverían a hacer nada.

El 14 de febrero para mi siempre ha sido una porquerìa en toda la extensiòn de la palabra aunado con que es el cumpleaños de mi hermano con el cual no llevo una relación buena y ni quiero.

Una vez en la prepa, en un dìa igual, unas envidiosas le mandaron una rosa sin pétalos a una de mis mejores amigas y sólo porque ellas no tenían la misma atención que mi amiga tenía con los hombres y la tiraban de fácil cuando ella terminaban rolándose con todos; qué bonito es señalar a las demás personas, pero que díficil admitir que somos igual o peor que los mismos que señalamos. Porque talvez en algún momento, como humanos, hemos caído en eso.

Anónimo dijo...

SIMPLEMENTE PATETICO...